Tuesday, January 09, 2007

TESTAMENTO


Ahora que finalmente he decidido morir, quiero dejar estas cosas que ya no voy a necesitar donde voy.
Lo primero que dejo, es la añoranza de volver a la tierra en la que fui criado. Por fin esa carga ya no me seguirá nunca más. Esa te la dejo a vos “turco”, yo, ya no la voy a necesitar. Fue un peso muy grande durante tantos años, hoy ya no la voy a necesitar.
A vos Rober te dejo la bicicleta vieja esa que compre en un remate por 70 pesos en el barrio de Belgrano. Pensé en dejarte el punto anterior, pero te sobra nostalgia para encima darte más y en un punto tan delicado como ese.
A vos, amada, te dejo mis mejores momentos. Te dejo el recuerdo de aquellos minutos en los que me sentí inmortal, eternamente feliz. Ahora que mi nariz esta más grande que nunca, y que mis carnes comienzan a retraerse y consumirse, te regalo mi juventud.
A la tía Marta le dejo el “artista que todos llevamos dentro” como gustaba decir alentándome a desarrollar mi “lado poético”. Ya no tía, ya no...
A vos Floresta te dejo el dulce placer de haberte conocido, la inagotable plenitud de caminar un sábado temprano por el empedrado de la calle Goya con la primavera más serena.
Calvito, a vos te dejo la búsqueda de un momento oportuno para el encuentro. Por que sabes que más allá de los desencuentros siempre hubo una intención concreta de compartir momentos en una ciudad que nos aislaba cada vez mas uno de otro.
Galuppo, para vos mis miedos. Sin duda te los mereces. Pero no de mala leche, sino, casi con afecto te los dejo. Total…se que para vos es fácil sortear esa materia, hasta te diría indispensable. Sí, todos te los dejo.
Berta, te regalo la inmunda oficina en la que trabajábamos juntos. Esa en la que respiraba ese aire de mierda lleno de hollín. Ese aire que quizás, junto con el ruido de los motores, contribuyo a este deceso. Berta, prende fuego esa oficina, subite al Dodge 1500 color crema y andate a la misma mierda para no volver nunca más a ese inmundo lugar.
Alejandra Rodríguez, te dejo el placer de no haberte conocido. Y… por favor, no malinterpretes esta frase sin sentido.
A esa mujer que vi aquel día en la fiesta de disfraces en la que me transforme en velador humano por una noche, y fue, sin duda, una de las criaturas más hermosas que jamás haya visto, le dejo el húmedo roce de mis labios con los suyos.
A vos Eva, te dejo (o te debo) la convicción de estar profunda e ineludiblemente solos en este viaje. Por eso, esa creencia tan arraigada hoy, te la dejo. Creo que en el fondo lo repetías también porque lo necesitabas.
Mi Buenos Aires querida, te dejo. Finalmente, te dejo. Quien sabe donde quedara el recuerdo de mi paso por tus calles. Quien sabe como quedara inscripta mi presencia mundana en tu historiografía. Seguramente nadie me recuerde. Al final, mis sueños siempre quedaron pegados a una húmeda almohada en un cuarto cualquiera de alguno de tus 100 barrios.