Thursday, September 14, 2006

Florencia Nocturna

Piazza di San Giovanni
Comenzaba a hacer frío. El cielo estaba rojizo y no había nadie en la Piazza di San Giovanni. Solo algunos transeúntes vagaban fantasmales sobre el húmedo empedrado. Bajo el umbral de una de las puertas del Baptisterio parecía hacer menos frío. Permanecí allí. Era la puerta que estaba en dirección al Este. “La puerta del Paraíso”, como pensaba Michelangelo. Un macizo de bronce esculpido, Dios sabe de qué forma por las manos ásperas del prominente artista. Encendí un cigarrillo en la penumbra. Mientras la braza brillaba más y más en cada calada, asomé la cabeza hacia el costado saliendo un paso y observé la inagotable fachada del Duomo, más atrás sobresalía imponente la cúpula de Brunelleschi. Pensé en él, en sus catorce años dedicados a la obra, en sus herramientas, en la concepción del tiempo. Rápidamente todo se desvaneció. Se hizo polvo. Los pensamientos se dispersaron. No podía sostener una idea, solo pensaba en la estúpida y macabra incapacidad de escribir. Buscaba motivos, me refugiaba en la melancolía y finalmente terminaba diciéndome inútil.
Hacia unos días que intentaba escribir y solo cosechaba fracasos. Me sentaba largas horas frente a la computadora a consumir mis pulmones cigarrillo a cigarrillo, mientras la página continuaba en un blanco sepulcral.
Una fina llovizna comenzó a caer. Enfrente un pequeño bar parecía arder en llamas. El humo azul transformaba el lugar en un ambiente turbio y desagradable. Tiré el cigarrillo, intente deshacerme de mi tortura privada y me encamine al bar.

Michele
Cuando lo encontré, ya estaba borracho. Tenía los ojos cristalinos. Hablaba lento y pausado. Me invitó un Whisky que tome en dos sorbos y salimos del lugar.
Ya no lloviznaba. Pero el cielo permanecía diabólicamente rojizo. Michele caminaba bien pese a su estado. Llegamos a la Piazza de la Repubblica por la Via Roma y nos encontramos con que estaba demasiado poblada para nuestro gusto.
Había conocido a Michele en la estación de trenes de Roma hacia una semana. Charlamos de trivialidades. Se notaba cierto dejo solitario en su rostro y creo que eso nos hacia cómplices de algún modo. No entablamos una amistad ni mucho menos, pero, solíamos frecuentar los mismos lugares nocturnos de Florencia. Ahora insistía en que debíamos ir a la Piazza Michelangelo. Decía que desde allí se podía “contemplar holisticamente la ciudad”. Utilizaba esta palabra como un descubrimiento reciente que le confería cierta notoriedad a su discurso.
Convencimos al dueño de un restaurante que nos venda un poco de alcohol. Lo guarde en el bolsillo interior del sobretodo. Seguimos hasta la Piazza de la Signoria. Nos sentamos en las escalinatas bajo la gallería de los Uffizi. De frente a nosotros, el Palazzo Vecchio estaba iluminado por una luz tenue y melancólica proveniente de la luna que se insinuaba entre las nubes. Todo parecía una escenografía de Florencia más que la misma Florencia. Todo parecía pintado: el empedrado brilloso por la humedad. El Palazzo Vecchio iluminado por la luna fantasmal, el gran corredor del Pasaje de los Uffizi, y al final el río, el cielo rojizo, la soledad y el cigarrillo arrugado que nuevamente comenzaba a humear.

Noche redentora
Cargué a Michele en un taxi y lo abandoné. Su cuerpo ya no resistía. Florencia seguía ahí pintada en tres dimensiones. Logré no pensar en escribir, mientras poco a poco me fundía con el paisaje. Empine la petaca por enésima ves mientras apoyaba los codos en la baranda. El río estaba ahí abajo y un poco a la derecha una sucesión de puentes unía las dos riveras. Atravesé el Ponte Vecchio, ahora con sus pintorescos negocios a oscuras y enrejados. Había una profunda soledad difícil de concebir durante las horas de sol. Caminé. Nunca había visto Florencia tan extraordinariamente hermosa. Tomé la Via Lungarno acompañando el río. Las construcciones bajas, el aguas teñida de azul metalizado con pintas dibujadas por los faroles que se reflejaban en ella.
Empiné nuevamente la petaca. Limpié mis labios con la manga del sobretodo. Me senté en la escalinata de la Piazza Poggi a fumar y recordé a Michele y su visión holística. El cigarrillo se consumió en mis dedos sin que el tiempo se detuviera. Casi sin esfuerzo subí la interminable escalinata hasta la Piazza Michelangelo. Comenzaba a amanecer. La luz fría del día asomaba entre las arcadas del Ponte Vecchio. La Toscana volvía a vivir después de una lúgubre y melancólica noche de otoño, mientras yo comenzaba a morir nuevamente. Observe Florencia. Ella me pertenecía . Las luces de la ciudad todavía estaban encendidas. Los techos que eran negros comenzaban a tomar el color terracota. La réplica del David de Michelangelo parecía con vida mientras yo daba el último trago a la petaca y me volvía a hundir en el inmenso infierno de la luz solar.

El consul

El consul atraviesa el tiempo buscando tan solo una verdad que justifique su existencia. Seguramente, el viernes, cambie su óptica y lo único que le interese sea ir de putas por Flores...que son, logicamente, parte de la existencia.

Wednesday, September 13, 2006

Adonde van los bytes

Se pregunta donde ira toda esa cantidad de información que se borra. Mensajes enviados, mensajes recibidos., mensajes en un cesto de basura virtual que nadie sabe muy bien donde esta. Atraviesa la ciudad acéptico. Evitando los males. Los virus le rodean pero no los ve. Una anciana descansa junto a un par de grandes bolsas en la ventana de una casa. Solamente mira el piso. Solo el piso. Quizas haya pensado en algún momento que ella debería mirarlo. Quizas envidiarle por su andar cansino y reconfortante. Ella mira el piso, solo el piso. Su narcisismo le ha jugado una mala pasada. Piensa en el pueblo, donde nació alguna vez y en esa dependencia que genera esa experiencia. "La patria es la niñez" pero por otro, siente... "nunca vuelvas al lugar donde fuiste alguna vez feliz". Y por allí gira la temática de esos días.
Busca Rivadavia para auyentar fantasmas, y se queda sin palabras. Indudablemente se queda sin palabras. Ese ambiente lleno de gente y desolado a la vez, que le recuerda algunas zonas tristes del cono urbano bonaerense, le dejan sin palabras. Y vuelve a atravesar la ciudad ¿Que ciudad?... concepto pueblerino, atraviesa una calle, tal vez una vereda, apenas un barrio de ese fantástico infierno. Yes sir only year sugar prince lord finger winner alone. Pocas palabras que recuerda y la computadora no corrige. Quizas recuerde algunas más. Pero su cabeza esta pesada y necesita una mujer que le sacuda un poco la modorra. Tal vez, en otro momento, siga escribiendo. Quizas nunca mas vuelva a hacerlo.
La hoja le parece inabarcable, y ya no recuerda bien si esa palabra viene de barco y va con b (larga) o con v (corta). Por que al descir vberdad nunca le interesaron un carajo las vesces (o las beces, para los exquisitos) ni las ahches, ni las esces que no tuvieran una real importancsia en la significascion de la palabra. Halguna vesz ahvbia ensallyado una justificacsion a esta reticsenscia a la ortografia. Ya no la recuerda. Así que eses! y jotas en vez de geses. Su hermana..., pobre, tenía ese problema. La recuerda, claro! Parece que no habia entendido muy bien como sonaba cada una y las confundía constantemente... y la pregunta lo sigue molestando de ves en cuando en su cabeza. Jotas, emes, efes, ases, millones de puntos color magenta, a donde iran todos ellos. Acaso hay en algún lugar de Estados Unidos, del Sillicon Valey, en un gran basurero de letras y puntos. Carajo!! quien es el dueno de semejante patrimonio de basura. Dios mio, piensa ya retomando Carrasco mientras cruza por sobre los rieles fríos. Alguien se esta robando el mundo.

De metafísicos y concretos

Disculpen las molestias ocasionadas...estas ideas están siendo actualmente re-masticadas para entregarles a ustedes un bolo alimenticio fácil de digerir al que también tenga acceso mi tío Angelito; el pobre cuenta con solo un diente. y, aunque lo maneja con destreza, sería conveniente no perturbar su tranquilidad con semejante problemática.